27 abril, 2024

Las cartas de Churruca que podrían haber evitado la derrota más amarga de España en Trafalgar

La muerte de Churruca durante la batalla de Trafalgar ABC
La muerte de Churruca durante la batalla de Trafalgar ABC

Lo avisó Cosme Damián, entre los mejores marinos de su era: hacía falta más tiempo para pertrechar los buques y el almirante galo de la armada combinada, Villeneuve, era más simple en sus planteamientos que una botija

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Lo dejó sobre blanco el teniente de navío Joaquín Núñez Falcón en su informe oficial. El 21 de octubre de 1805, el buque en el que había combatido, el ‘San Juan Nepomuceno‘, solo arrió la bandera tras enfrentarse a seis bajeles británicos a la vez –que se dice pronto– y ver morir a su comandante, Cosme Damián Churruca. Cuando llegó la rendición, aquel coloso no era más que una boya ingobernable, una que había sido dirigida de forma extraordinaria por el fallecido brigadier español: «Se hallaba hecha pedazos la rueda del timón, partida la verga mayor, acribillados los palos a balazos, cortada la mayor parte de sus jarcias, el trinquete hecho pedazos, desmontados e inutilizados hasta quince cañones y varios balazos a flor de agua».

Aquel combate fue el canto de cisne del que fue uno de los mejores marinos de la Monarquía. O, como poco, uno de los más completos de nuestra España. En el mar desde los 15 veranos, este chicuelo nacido en Motrico en 1761 se había hecho todo un experto en los campos de la geografía, la cartografía, la náutica y la astronomía. Aunque lo suyo no era solo cosa de manuales. En 1788 había viajado a Sudamérica para investigar el Estrecho de Magallanes y llevar a cabo observaciones astronómicas, y en 1792 había hecho lo propio en la América septentrional para reformar un antiguo atlas marino. Y eso, sin contar con sus informes sobre puntería y su carrera fulgurante hasta la toldilla del ‘San Juan Nepomuceno’.

No era el de Motrico un don nadie, vaya. Por eso escuece mucho más que el alto mando girara la cabeza ante sus insistentes avisos de que la armada franco-española, forjada a las bravas por Napoleón Bonaparte para asaltar las costas inglesas, navegaba hacia el fracaso. Hasta tal punto estaba convencido de que el vicealmirante Pierre Charles Jean Baptiste Silvestre de Villeneuve, cabeza visible de la flota, era un merluzo que les llevaría al desastre, que se lo hizo saber a sus más allegados. Sus opiniones quedaron recogidas en una serie de cartas que, vistas hoy, parecen elaboradas por el oráculo de Delfos, ese que vaticinó la caída en desgracia de Nerón.

La primera misiva en la que Churruca hace referencia al mal estado de la armada española la recoge el fallecido contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro en ‘La campaña de Trafalgar (1804-1805): corpus documental conservado en los archivos españoles’. Está fechada el 13 de febrero de 1804, cuando el de Motrico andaba a caballo entre el mando del ‘Príncipe de Asturias’ y el ‘San Juan Nepomuceno’, y en ella expone sus dudas sobre la capacidad de la Armada de reclutar la marinería necesaria para completar las tripulaciones de los bajeles rojigualdos en la zona. A su vez, esgrime que el casi millar y medio de marinos que se habían enviado eran insuficientes y que faltaban vituallas y viandas en Ferrol, donde se hallaban en espera de salir a mar:

«Aquí no hay harinas, ni carnes, ni vino, ni aceite, ni leña, ni carbón de piedra para las fraguas, el hierro está muy escaso y, en fin, faltan la mayor parte de los artículos más necesarios».

Acertó de pleno. Poco después, cuando se barruntaba la salida de la Combinada y la llegada de los enfrentamientos contra los ingleses, la Armada se vio obligada a recurrir a levas forzosas para completar las tripulaciones de los navíos. Una práctica, por cierto, muy utilizada en Gran Bretaña, en contra de lo que dicta la Leyenda Negra. Además, y según explica en sus dossieres sobre el tema el doctor en historia Agustín Ramón Rodríguez González, España embarcó a soldados del Ejército de tierra en los bajeles para paliar las grandes demandas por las continuas guerras. «No era nuevo que los soldados embarcasen, principalmente en labores de Infantería de Marina. Lo malo es que apenas tenían experiencia previa de la vida y de la lucha en un medio como el mar», explica el experto.

Churruca, junto al San Juan Nepomuceno ABC

El 8 de mayo de 1805 volvió a la carga en una misiva enviada al brigadier José Espinosa y Tello. En ella, criticaba al alto mando por no permitirle equipar el ‘San Juan Nepomuceno’ a su gusto. A él, que había escrito uno de los tratados de puntería más avanzados de la época, le obligaban a portar más balas rasas –utilizadas para atravesar los cascos enemigos– que palanquetas –bolas encadenadas, ideales para desarbolar al contrario y causar estragos en la tripulación– a pesar de que lo había rechazado de forma expresa. Tampoco consiguió nada cuando solicitó llevar más obuses que cañones en el alcázar del castillo. Según recoge la web especializada ‘Todoabavor’ en un dossier sobre el tema, Churruca fue claro: «No se me hace caso. Soy, en fin, el último mono».

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En las siguientes misivas, la mayoría, a su hermano, Churruca se quejó un millar de veces más. Criticó de forma abierta la falta de experiencia de sus hombres, aunque alabó su gallardía; cargó de forma frontal contra Villeneuve por no permitirle acosar a los navíos ingleses que se descolgaban de la flota de Horatio Nelson –consideraba al galo un inepto y un cobarde que no sabía de su oficio– y, ya el 1 de octubre, cuando la batalla se barruntaba, admitió que la victoria sería difícil aunque la flota británica se dividiera en dos, como así se pensaba que sucedería. «Creo que no se debilitarán a punto de que quedemos superiores», escribió. Acertó en todo.

Sin pagas, pero valientes

El calendario marcaba el 11 de octubre, tres jornadas antes de que Villeneuve recibiera la misiva en la que se le informaba que iba a ser sustituido, cuando envió una de sus últimas misivas. Por entonces, y al abrigo del puerto de Cádiz, el de Motrico admitió que las pagas eran escasas y que el vicealmirante galo, en principio reacio a combatir, andaba ahora enardecido y deseoso de luchar. Con total probabilidad, porque le había llegado la noticia de que Napoleón le consideraba una rama trémula que rechazaba enfrentarse a los bajeles de Nelson en aguas abiertas. Hete aquí sus palabras, con tono de despedida:

«Querido hermano: desde que salimos del Ferrol no pagan a nadie, ni aun las asignaciones, a pesar de estar declaradas en la clase del ‘prest’ del soldado, de manera que les debe ya cuatro meses, y no tienen ni esperanzas de ver un real en mucho tiempo. Aquí nos deben también cuatro meses de sueldo y no nos dan un ochavo, sin embargo de que nos hacen echar los bofes trabajando: con que no puedo menos de agradecer mucho el que hayas libertado a Dolores de los apuros en que andaría para pagarte los 1356 reales, que te los libraré yo luego que pueda. Entre tanto, he encontrado en el Ferrol a un amigo rico que socorrerá á Dolores con cuanto necesite, y quedo tranquilo con haber asegurado ya su subsistencia decentemente».

«Estos son los trabajos de los que servimos al Rey, que en ningún grado podemos contar sobre nuestros sueldos. Hace tres días que, estando moviendo los navíos en el fondeadero para ordenarlos de modo que no pudieran ser atacados, nos sorprendió el general francés con la señal de prepararnos a dar la vela, sabiendo que las fuerzas enemigas del bloqueo eran muy superiores. Sin duda creyó encontrar oposición en los españoles para echarnos las cargas, pero Gravina repitió la señal a los suyos afirmándola con un cañonazo, con lo cual quedó burlada su esperanza, y no verificó su bravata; al día siguiente pidió junta de generales españoles con los franceses, manifestó la orden que tenia del Emperador para salir en la primera oportunidad que se presentase, y se decidió que no estábamos en el caso».

Paladear la debacle

Por entonces la mayoría de los oficiales hispanos aconsejaban no asomar la nariz y mantenerse al resguardo del puerto gaditano, pero la cabezonería de Villeneuve les obligó a salir a combatir contra una armada mejor preparada, más fogueada y que contaba con marinos más descansados. Honra y deber obligan, que debieron pensar los nuestros. Si el galo quería fiesta para recuperar su honor perdido, habría que dársela, pues España no se arrugaba ante nada. Pero andar sobrado de valor y conocer el deber como subalterno no obliga a creer en un plan absurdo. Y eso le pasó a Churruca, quién subió al ‘San Juan Nepomuceno’ sabedor de que pintaban bastos para los nuestros.

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Cosme Damián Churruca salió del puerto de Cádiz sabiendo de antemano la dura tarea que le esperaba y que la Combinada estaba destinada al desastre, pero convencido de que, aunque las balas enemigas volasen sobre su cabeza, no se rendiría jamás. Así lo demuestra el mensaje que envió a su hermano poco antes de partir:

«Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto».

El brigadier Churruca criticó a Villeneuve y fue partidario de que la Combinada se quedase en el puerto de Cádiz ABC

Ya en batalla, las últimas palabras que dirigió desde la toldilla del bajel cuando observó que Villeneuve les ordenaba virar en redondo fueron igual de premonitorias:

«El general francés no conoce su obligación y nos compromete… Los enemigos van cortar nuestra línea por el centro y a atacarnos por retaguardia; por consiguiente, va a quedar envuelta y en inacción la mitad de nuestra línea, si el general francés no pone pronto la señal de virar por avante a un tiempo y doblar la retaguardia para coger los enemigos entre dos fuegos, destruyéndolos antes de que lleguen aquellos nueve navíos, que están muy atrasados».

Fue su último acierto antes de entrar en lid y batirse el cobre.

Origen: Las cartas de Churruca que podrían haber evitado la derrota más amarga de España en Trafalgar

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