Las hijas secretas de Don Juan de Austria, el héroe cristiano de la batalla de Lepanto
A la muerte del héroe de Lepanto, derrochador por naturaleza, su patrimonio era mínimo y su círculo familiar se concentraba sobre Doña Magdalena de Ulloa, la mujer que se había hecho cargo de él siendo un niño
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La Santa Alianza que venció a los otomanos en Lepanto fue deshojándose conforme la figura terrenal de Don Juan de Austria adquiría visos míticos. Durante su estancia en Palermo, tras la conquista de Túnez de 1573, el hijo bastardo que Carlos V tuvo con la dama alemana Bárbara Blomberg adoptó un cachorro de león como mascota, que había encontrado en una casa abandonada en la plaza africana; participó en corridas de toros; se relacionó con media docena de mujeres y, en suma, se alzó en el prototipo de príncipe guerrero y bizarro.
Así le describió en esos días el embajador veneciano Lippomano:
«Es de estatura media, bien proporcionado y de hermoso semblante, y posee una gracia admirable. Lleva recortada la barba, pero el bigote es grande y de color pálido; lleva el cabello largo y vuelto hacia arriba, lo cual le sienta muy bien; viste con lujo y con tanto gusto que es una alegría verlo. Activo y diestro hasta la perfección, no tiene rival en el manejo del caballo, ni en las justas, ni en ningún tipo de diversiones y torneos militares; además, en la práctica de los ejercicios no se fatiga».
Una muerte inesperada
No cabe duda de que el hermanastro de Felipe II era un hombre atractivo y carismático, una estrella mediática de su tiempo. Aunque nunca se casó, entre otras cosas porque al Rey no le convenía una rama alternativa a la suya, a Don Juan no le faltaron amantes de todo tipo hasta su muerte a los 32 años, cuando se encontraba en el campamento fortificado de Namur tratando de recuperar posiciones españolas en Flandes.
La historiografía clásica menciona de soslayo la causa final de su muerte, tal vez porque resulta complicado digerir que una hemorroide mal curada sometió al «hijo del Emperador conquistador de Granada y héroe de Lepanto». Según el testimonio de Dionisio Daza Chacón, su médico personal en la batalla de Lepanto, una fallida operación de hemorroides y el debilitamiento causado por el tifus acabaron con la vida del español:
«El remedio de tratar las almorranas con sanguijuelas es más seguro que el rajarlas ni abrirlas con lanceta, porque de rajarlas algunas veces se vienen a hacer llagas muy corrosivas, y de abrirlas con lanceta lo más común es quedar con fístula y alguna vez es causa de repentina muerte; como acaeció al serenísimo Don Juan de Austria, el cual, después de tantas victorias […] vino a morir miserablemente a manos de médicos y cirujanos, porque consultaron y muy mal darle una lancetada en una almorrana».
La negligencia de estos cirujanos militares provocó el 1 de octubre de 1578 una hemorragia que desangró en cuestión de cuatro horas a Don Juan.
La descendencia
A la muerte del héroe de Lepanto, derrochador por naturaleza, su patrimonio era mínimo y su círculo familiar se concentraba sobre Doña Magdalena de Ulloa, la mujer que se había hecho cargo de él siendo un niño y con la que siempre se había mantenido en contacto. De sus numerosas amantes, el hermanísimo tenía como fruto dos hijas ilegítimas.
Siendo todavía imberbe, tuvo en 1568 una hija con María de Mendoza, pariente de la Princesa de Éboli. Magdalena de Ulloa se hizo cargo de la niña, llamada Ana, pero posteriormente fue enviada al convento agustino de Nuestra Señora de Gracia, en Madrigal de las Altas Torres. A la muerte de Don Juan, Felipe II concedió a Ana distintos privilegios, entre ellos el derecho a utilizar el apellido «de Austria». Sin embargo, perdió toda consideración en 1594 por verse envuelta en una conjura contra el Rey conocida como la «intriga del pastelero de Madrigal».
Un sacerdote portugués la persuadió para que se desposara con un hombre que pretendía pasar por el Rey portugués Sebastián de Portugal, fallecido dos décadas antes en la batalla de Alcazarquivir (1578), lo que abrió el acceso al trono luso a Felipe II. Cuando se reveló que solo era un pastelero con aspiraciones quijotescas, el usurpador fue ejecutado y Ana cayó en el ostracismo. En 1610, Felipe III la visitó en el convento y, sintiendo lástima por su situación de miseria, promovió que fuera abadesa perpetua del monasterio de Las Huelgas de Burgos, la mayor dignidad reservada para una mujer eclesiástica.
En lo que respecta a la otra hija, Juana de Austria, concebida por Don Juan con una dama de la aristocracia napolitana, fue criada por su hermanastra Margarita de Parma. Poco después de fallecer su padre, el Rey la metió en el convento de Santa Clara de Nápoles, pese a las protestas de quienes pedían que fuera criada en la corte española por consideración hacia Don Juan.
Por su parte, la madre de Don Juan, Bárbara Blomberg, nunca estuvo presente en el reducido grupo de mujeres que conformaba la atípica vida familiar de este héroe militar. Carlos V concedió en su lecho de muerte una pensión de por vida a la alemana, ahora casada con un oficial de la corte de Bruselas, y nada se supo de ella hasta la muerte de su marido. En 1569, Bárbara rogó a Felipe II que aumentara la pensión hasta los 2.500 ducados necesarios para mantener la casa de una viuda con 16 criados.
El monarca español accedió, mas su verdadero deseo era que entrase en un convento (el método habitual para despachar a las mujeres incómodas en el siglo XVI). Lo mismo quería Don Juan, que quedó escandalizado por su carácter libertino al conocerla en Luxemburgo. El estilo de vida escandaloso y despilfarrador de la alemana colmó la paciencia de Felipe y de Don Juan, quienes a través de engaños trasladaron a Bárbara a España en mayo de 1577.
Una vez bajo su alcance, el Rey la forzó a ingresar en el convento de Santa María la Real de San Cebrián de Mazote (Valladolid). A falta de cualquier rastro de vocación religiosa, la concedió de nuevo una pensión y la instaló en una casa de Colindres (Asturias) propiedad del fallecido Escobedo. Lo último que se supo de ella antes de su muerte, en 1598, fue que pretendía heredar los escasos bienes de su hijo, en cuanto el Rey liquidase sus deudas, que eran cuantiosas.
Origen: Las hijas secretas de Don Juan de Austria, el héroe cristiano de la batalla de Lepanto