27 noviembre, 2024

Los secretos de los Evangelios apócrifos: «Decían que Jesucristo vendió a su hermano mellizo como esclavo»

Pintura que representa a Jesucristo, de Acisclo, Palomino ABC
Pintura que representa a Jesucristo, de Acisclo, Palomino ABC

La historiadora Catherine Nixey recorre en ‘Herejía’ dos milenios de profetas, textos y cultos cristianos olvidados y desechados por la Iglesia Católica

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Pues no, oiga: la británica Catherine Nixey no luce cuernos ni empuña un tridente. De tenerlos, esta reportera e historiadora especializada en la herejía los ha escondido bien antes de que entremos en la sala. Aunque admite que le faltan dedos en las manos para contar las veces que ha sido acusada de guardar una inquina singular al Cristianismo. «Cuando un eremita amigo de mi padre se enteró de que iba a publicar este libro, le insistió en que tenía que detenerme y devolverme al buen camino», bromea. Pero aquello, susurra, fue una tarea imposible. No solo porque se declare atea –que también–, sino porque se define como «una periodista que se limita a relatar historias poco conocidas» con la mira puesta en «sorprender al gran público».

Las que incluye en ese nuevo ensayo, ‘Herejía’ (Taurus), cumplen ambos requisitos. Porque sí, sorprende que hubiera un profeta llamado Apolonio de Tiana cuya vida fue similar a la de Jesús, y también lo hace que algunos evangelios apócrifos recojan la extraña prueba de virginidad a la que sometieron a la Virgen María. «¡Escribieron que una matrona le metió el dedo en la vagina y que sacó su mano carbonizada!», explica. La suya, dice, es una obra que recorre todos estos pasajes heréticos; una forma de hacer entender al gran público que «había muchos jesucristos y muchos cristianismos primitivos», pero que solo uno fue el que se alzó sobre el resto tras dos mil años de concilios y disyuntivas.

–Ha explicado en muchas ocasiones que su madre era monja y su padre monje. ¿Cómo se conocieron y cómo decidieron tener una hija?

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¡No es tan poco frecuente como parece! [Ríe] Algunas personas me han escrito para decirme que están en una situación parecida. Mi madre ya había renunciado a la Iglesia cuando conoció a mi padre; por entonces daba clases en un colegio católico. Allí conoció a mi padre, que poco después la abandonó también.

–¿Es este libro su particular ‘vendetta’ contra el Cristianismo?

Claro que no. [Ríe] Creo que la Iglesia Católica ha hecho cosas sorprendentes, pero no escribo al respecto porque ya hay muchos libros que las mencionan. Relato la historia desconocida. Además, hubo un tiempo en el que fue difícil hacer cosas sin contar con la Iglesia.

–¿Qué ‘cosas sorprendentes’ podría enumerar?

Muchas. El arte de las iglesias me encanta: las canciones, la música, las vísperas… También la idea de que uno debería tratar de mejorar su conducta. En su mejor versión, el Cristianismo ha conseguido que la gente haga cosas buenas. Pero creo que la gente que lee mi libro tiene esto en mente. Por contra, también tiene cosas negativas.

–Afirma en su obra que hubo muchos profetas en el siglo I d.C. Y la vida de uno de ellos fue muy parecida a la de Jesucristo.

El paralelismo con el griego Apolonio de Tiana es pasmoso. Ambos nacieron al principio del milenio y, probablemente, fueron coetáneos. Decía que su padre era un dios y su madre una mortal. Y también que, cuando se quedó embarazada de él, un ser divino se le apareció y le dijo que el bebé sería un dios hecho carne y sangre.

–Recoge varios de estos ‘profetas’ en su obra. A cada cual más estrambótico.

Había muchísimos personajes de estas características. Los textos clásicos les denigraban y decían de ellos que eran clónicos: todos tenían pelo largo, vestían ropas sencillas e iban descalzos o con sandalias. ¡Algunos se ponían pelucas o extensiones de pelo para parecer una figura divina! El filósofo griego del siglo II, Celso, afirmaba que, si ibas a un mercado del Imperio romano de Oriente, encontrarías a muchos de ellos. Y mantenía que todos prometían lo mismo: sobrevivir al fin del mundo. Aunque no era algo nuevo. En el siglo IV a.C. Heródoto recogió la historia de Zalmoxix, un tipo turbulento que afirmaba que iba a morir y a resucitar y que, aquel que le creyera, viviría para toda la eternidad. Usó un truco muy bueno: se escondió en una cueva durante tres años y luego regresó. ¡Todos creyeron que era un dios!

–¿Qué decían de sus seguidores?

Que eran estúpidos.

–¿Lo dijeron también de los primeros cristianos?

Sí, porque querían acabar con el Cristianismo. Decían que el Evangelio estaba escrito de forma chapucera. Pero estamos hablando de la religión de unos pescadores, y escribían como tales. Tampoco creían en la virginidad de María, estaban convencidos de que se había quedado embarazada de un legionario romano.

–El episodio de la prueba de virginidad es de verdadera locura…

[Ríe] Se recoge en algunos evangelios apócrifos. Una mujer llega y, escéptica sobre si María es virgen, introduce su dedo en la vagina. Tras ello, su mano queda carbonizada.

La autora, en una imagen de archivo ABC

–Afirma que hay varios evangelios apócrifos que han pasado de puntillas por la historia.

Da la impresión de que los cuatro evangelios fueron los primeros, pero no. Fueron los que aceptó la Iglesia ortodoxa. El resto desaparecieron, aunque sus traducciones se mantienen. Muchos de ellos están integrados en las creencias actuales. Un ejemplo es la imagen navideña del Portal de Belén con el buey y la mula. Eso no viene en el Nuevo Testamento. Y lo mismo pasa con el relato que afirma que María llegó en burro a Belén.

–Recoge uno de estos textos en los que se afirma que Jesucristo vendió a su hermano como un esclavo…

Es sorprendente, desde luego. Es el de Tomás. Aunque en el relato afirma que era su hermano mellizo, nos saltaremos esa parte porque podría referirse a que se parecían a nivel físico. En este texto se explica que Jesús ordenó a Tomás ir a la India para predicar su palabra, pero que este se negó. Jesús vio entonces a un mercader indio que pasaba por allí y le vendió a Tomás como esclavo para que se lo llevara. Y parece que funcionó. Pero es uno de los muchos que existen, a cada cual más descabellado. ¡Algunos afirman que había dragones que adoraban a María!

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–Afirma que, en uno de sus viajes, Marco Polo halló un curioso culto cristiano…

Está hacia el final del libro. Ocurrió en Persia. Marco Polo escribió que halló una ramificación del cristianismo que adoraba al fuego. Mi conclusión es que habría que hablar de cristianismos primitivos, no de uno concreto, y que este evolucionó. Había ofitas, que veneraban a la serpiente del Jardín del Edén, o feligreses que se casaban, pero que decidían ser célibes y adoptar a niños.

–Todos estos movimientos minoritarios quedaron opacados y desaparecieron en favor de la idea actual.

Hay que verlo como algo que ha evolucionado, no como un mensaje final que quedó impreso en piedra. Todo empezó con Constantino, él unificó la religión. Quién sabe qué habría sucedido si hubiera caído bajo la influencia de otro grupo. Es posible que el mundo fuera muy diferente. ¿Qué hubiera pasado si Cleopatra hubiera tenido la nariz unos centímetros más larga? Quizás César y Marco Antonio no se habrían enamorado de ella y habrían regresado a Roma…

–¿Entonces, el Cristianismo desechó lo más ‘loco’ y se quedó con lo mejor de cada casa?

[Ríe] Quizá, quizá. Pero a mi me gustan las herejías. Será por cuestión de mi naturaleza.

Origen: Los secretos de los Evangelios apócrifos: «Decían que Jesucristo vendió a su hermano mellizo como esclavo»

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