28 abril, 2024

Manadas sexuales, asesinatos y hogueras: las sombras del imperio donde nunca se ponía el sol

Cuadro de Murillo que representa el asesinato de un inquisidor. ABC
Cuadro de Murillo que representa el asesinato de un inquisidor. ABC

La escritora Sandra Aza firma la novela ‘Libelo de sangre’ (Planeta), que agita su trama por el Madrid de los bajos fondos donde Felipe IV hacía sus pinitos y la mala vida poblaba los burdeles y los casinos

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Donde existe luz existen sombras. Y donde hubo un imperio donde nunca se ponía el sol, también hubo un reverso igual de grande donde nunca llegaba la luz. Sin caer en la Leyenda Negra ni en los tópicos de siempre, la escritora Sandra Aza firma la novela ‘Libelo de sangre’ (Planeta), que agita su trama por el Madrid de los bajos fondos donde Felipe IV hacía sus pinitos sexuales y la mala vida poblaba los burdeles y los casinos castizos. «Siempre me ha gustado muchísimo por el contraste que había en esa época de brillo y también de tantísima pobreza. Madrid era absolutamente una ciudad efervescente, chispeante, mágica… Allí estaban todos los grandes: Góngora, Quevedo, Lope de Vega... Historia con mayúscula e historias con minúscula», afirma la autora.

El arranque de la novela lleva a los lectores al invierno madrileño de 1620, en pleno cambio de reinado, donde aparecerá una joven violada y enterrada junto a un niño horriblemente mutilado. Conversos, criminales, inquisidores… La turba hará responsable de los crímenes al escribano Sebastián Castro y a su esposa, acusados de ser judíos en secreto y de haber matado al niño siguiendo los dictámenes de la magia negra. La tragedia familiar llevará a su hijo, Alonso, a vivir un odisea para escapar y también hacer justicia.

«El odio popular que había contra los judíos está muy presente en la novela, y muchos lo usaban en beneficio suyo, de manera que pretendían emplear la inquisición como un instrumento para resolver pleitos particulares. Lo que también intento reflejar es que la Inquisición no permitía presentar denuncias anónimas y no era tan fácil usarla. Se desestimaban inmediatamente porque la delación tenía que ir firmada con nombre y apellidos, lo cual significaba jurar sobre las Sagradas Escrituras que estabas diciendo la verdad», recuerda.

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En el Madrid Barroco las noches eran sumamente peligrosas. Pícaros, tahúres, rufianes, ladrones, bandoleros y matarifes… La criminalidad se disparó durante el reinado de Felipe IV. A mediados de siglo, solo entre 1654 y 1658, se registraron cuatro parricidios, cinco degüellos, cinco atentados, seis actos de extrema crueldad, once envenenamientos, cuatro homicidios, 42 asesinatos, ocho suicidios, etcétera, etcétera. Por no hablar de las muertes sin resolver, que solo en 1658 sobrepasaron los 150 casos. «Para todo tipo de gente de bien, la noche era un peligro, un lugar donde solo los maleantes o los indigentes, que no tenían más remedio que estar ahí, andaban sueltos. Si un hombre de bien salía a la calle por la noche podían robarle o asesinarlo, pero las mujer tenían el añadido de que además las podían violar y matar», apunta la escritora de ‘Libelo de sangre’ (Planeta).

La violación con la que arranca la novela es un recordatorio de que hasta fechas muy recientes la noche era un lugar prohibido para las mujeres, un lugar donde había manadas de bestias acechando en las sombras y donde una vagabunda estaba en doble riesgo de muerte. «La mujer tenía muy poco valor. Y ya si hablamos de una mujer que era vagabunda… Si la veían los alguaciles, inmediatamente la la arrestaban y la llevaban a la casa Galera, que era una especie de penitenciaría de mujeres. Una cadena perpetua, porque de ahí solamente podía salir de tres maneras: casada, convertida en monja o como criada de una casa noble. Era un suicidio».

Las violaciones estaban a la orden del día en un tiempo donde no había móviles, ni pruebas de ADN, ni huellas digitales, ni carnés de identidad, ni identificaciones de ningún tipo. «Si tú te encontrabas una mujer por la calle, pues la violas, la matas, la dejas ahí sin más. Era muy difícil resolver ese tipo de casos. Se hacía muy poco a nivel legal o policial», opina Aza.

El Siglo de Oro en toda su grandeza y también su bajeza envuelven un thriller donde nada es lo que parece, ni siquiera los mitos sobre la España de la época. «Una cosa es que fuera una época oscura y otra cosa, atrasada. Esa pobreza y esos contrastes eran una cosa típica de la época en Europa, pero eso no significa que España fuera atrasada. Sobre todo en lo relativo a la Inquisición he querido mostrar los engranajes y cómo las inquisiciones europeas fueron muchísimo peores. La Inquisición española tenía un procedimiento absolutamente reglado, absolutamente riguroso y no se dedicaban a quemar ni torturar por doquier».

Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid, Francisco Rizi, 1683 ABC

Una sociedad que, por razones obvias, resultaba muy literaria, adicta a los poetas y los dramaturgos. «Es otra prueba de que España y los españoles no tenemos nada de incultos, ni de ignorantes, ni de todo lo que nos han achacado. En España había un genio y un ingenio a nivel no solo literario, sino de todas tipo de artes y ciencia. Grandes en su campo que, además, eran apreciados por el público. Y es que una obra como el Quijote tuviera su recorrido y fuera una especie de best seller no solo habla bien de Cervantes, sino de sus lectores. Habla de cierto bagaje cultural y de un público muy exigente donde los dramaturgos esperaban a la fecha de estreno y, dependiendo de cómo de feliz transcurriera la obra, se adjudicaban la autoría o se quedaban en la sombra. Hay que recordar que si al público no le gustaba, tiraba todo tipo de verduras, huevos podridos…».

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La imagen clásica sobre el periodo también insiste en presentar a los españoles como seres amordazados, sin capacidad de expresarse, pero si se revisan las fuentes lo que aparece es una sociedad donde, sin llegar a lo que hoy se entiende como libertad de expresión, admitía un nivel de crítica al gobierno y a las costumbres sociales bastante llamativo. «Tú te ibas a un mentidero y ahí tenías a Quevedo poniendo de vuelta y media al político de turno. No era libertad de expresión, era valentía. Ellos decían lo que pensaban y luego asumían las consecuencias, como le ocurrió, por ejemplo, al conde de Villamediana, que le desterraron más de una vez de Madrid en la época de Felipe III por poner a caldo al Rey. Algunas coplillas contra el gobierno o contra la monarquía eran anónimas, pero otras estaban firmadas con nombre y apellidos», considera Aza.

«Ningún otro país europeo tiene un Quijote. Ningún otro país tiene un Siglo de Oro y ningún otro país europeo hizo un imperio que duró siglos. El carácter español es fuerte, tiene voluntad, tiene coraje…. ya está bien de ir con la cabeza gacha. Tenemos todos los motivos del mundo para levantar la cabeza y decir que somos grandes y no lo sabemos», defiende la autora de ‘Libelo de sangre’ (Planeta).

Sandra Aza, formada en Derecho pero siempre fascinada por la Historia, tenía conocimientos bastante avanzados sobre el Siglo de Oro cuando imaginó la novela, pero, con todo, no tardó en descubrir que aún estaba lejos de poder escribir su obra con el nivel de detallado y documentación que quería. «Cuando ya te enfrentas a una página en blanco y tienes que describir, por ejemplo, la casa de un pobre de la época entonces es cuando te das cuenta de que tú tienes datos generales, pero luego tienes que ir a lo minucioso, a cómo eran las casas, cómo vestían, cómo se llamaban esas prendas. Todo ese proceso de documentación ha sido muy exhaustivo y continuado a lo largo de la escritura. Cada capítulo te presentaba un reto», señala.

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