23 noviembre, 2024

Quince anécdotas históricas para contar en estas fiestas

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Quince anécdotas históricas para contar en estas Fiestas

¿Quién inventó el cepillo de dientes? ¿Y las máquinas expendedoras? ¿Cómo se abrían las primeras latas de conservas? ¿Sabía que un lepero fue rey de Inglaterra… y que no es ningún chiste? Javier Sanz, divulgador, youtuber y autor de uno de los blogs de Historia más seguidos de la Red, ha reunido en un libro cientos de curiosas anécdotas con las que amenizar cualquier cena.

La jubilación, un invento romano

Una de las claves de la rápida expansión de Roma fue su poderío castrense, representado por las legiones. Eran perfectas estructuras militares, organizadas, disciplinadas y con gran movilidad (recorrían hasta 50 kilómetros al día). Estaban compuestas por ciudadanos alistados voluntariamente y, tras unas rigurosas pruebas, ya adiestrados, debían permanecer en activo 20 años. Al cabo, los veteranos se jubilaban y recibían una porción de tierra y un modesto capital. Aunque el sueño de todos era volver con su familia para descansar y ver cómo sus esclavos trabajaban la tierra, muchos decidieron quedarse en los territorios conquistados.

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El legislador más honesto del mundo

Zaleuco de Locris, en el siglo VII a. C., fue uno de los primeros legisladores griegos, pero hoy, lamentablemente, no tendría cabida en la política. Un hijo suyo fue acusado y condenado por un delito –adulterio o robo, según las fuentes–, cuya pena era la pérdida de ambos ojos. El pueblo pidió a Zaleuco que lo perdonase. «Perdonaré a medias a mi hijo, ya que no es él el único culpable, y mandaré que le saquen solo un ojo –anunció–; el otro me lo sacaré yo, pues siendo su padre debí haberlo educado mejor; así se dará cumplimiento a la ley, ya que esta nada dice sobre qué ojos hay que sacar». También fue un político ingenioso. Para erradicar de Locris la ostentación, la suntuosidad y ciertas costumbres, legisló: «A una mujer libre, que no la acompañe más que una sirvienta, a no ser que esté ebria. Que las mujeres no salgan de la ciudad por las noches, a no ser que vayan a cometer adulterio. Que las mujeres no vistan ropas doradas ni vestidos bordados, a no ser que sean prostitutas. Que los hombres no lleven anillos dorados ni vestido semejante al milesio [el de los habitantes de Mileto], a no ser que frecuenten prostitutas o vayan a cometer adulterio».

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La falta de comida causa la primera huelga

 

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La primera huelga, según un papiro del Museo Egipcio de Turín, se dio en Egipto en la época de Ramsés III (1198-1166 a. C.). La provocó el retraso en la entrega de las raciones alimenticias que formaban parte del sueldo de los obreros. Estos llevaban más de 20 días sin recibirlas porque el gobernador de Tebas oriental las había interceptado. Pese a la imagen de los esclavos trabajando en las pirámides, los últimos hallazgos evidencian que estos estaban bien alimentados, organizados y eran libres. Se dividían en grupos de 40 a 60, dirigidos por un capataz y supervisados por un escriba, que anotaba la marcha del trabajo y las ausencias. Las causas justificadas eran embalsamar a un familiar, la picadura de un escorpión o la embriaguez.

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La máquina expendedora llega de Egipto

Tomar un refresco en cualquier lugar y a cualquier hora se lo debemos a Herón de Alejandría (20-62 d. C.), un ingeniero y matemático que destacó por sus inventos relacionados con la mecánica. Además de la primera máquina de vapor (la eolípila) y la fuente de Herón (máquina hidráulica), también inventó la primera máquina expendedora: un recipiente con una ranura en su parte superior por la que se introducía la moneda, que, al caer, accionaba una palanca conectada a un émbolo que subía y dejaba salir una cantidad, en este caso, de agua.

Los incendios eran muy frecuentes en Roma en el siglo I: tenía 500.000 habitantes, mucho material inflamable (paja, madera, telas…), iluminación con teas y lámparas de aceite, calles estrechas llenas de tenderetes y, situados en puntos estratégicos de la ciudad, unos cuantos esclavos armados con cubos de agua para sofocar los fuegos. Tras el incendio del año 6 d. C., el emperador Augusto decidió sustituir este sistema, totalmente ineficaz, creando un cuerpo de vigilantes que hoy podríamos llamar el primer cuerpo de bomberos profesionales de la Historia. El cuerpo de vigiles estaba formado por los aquarii (‘aguadores’), que formaban cadenas humanas para suministrar el agua; los siffonarii, que arrojaban el agua al fuego con bombas de mano (sipho), similares a jeringuillas gigantes; y los uncinarii, armados con lanzas provistas de ganchos como las empleadas en la actualidad por los bomberos.

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Un trabajo ‘sucio’, pero disputado

 

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El peor oficio de la historia ha sido el de groom of the stool (literalmente, ‘novio o mozo de las heces’); en cristiano, ‘limpiaculos’. Lógicamente, solo el rey podía permitirse el lujo de disponer de un groom of the stool. Su labor consistía en la limpieza de las partes íntimas del monarca después de que él defecara. Aunque parezca extraño, el hecho de que uno de sus miembros ocupase tan ‘distinguida’ tarea era motivo de disputas entre las familias de los nobles. Compartir momentos tan íntimos llegó a convertir al ‘limpiaculos’ en un confidente real y, en algunos casos, en secretario personal del rey. Uno de los más famosos fue Sir Henry Norris, que ejerció durante el reinado de Enrique VIII. Tan implicado estaba en las intrigas de palacio que fue acusado de adulterio con Ana Bolena y, por ello, después decapitado.

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Roma, pionera del ‘fast food’

Los romanos tenían ya sus restaurantes de comida rápida, como el Thermopolium y La Caupona. El primero tenía una amplia barra de mármol en forma de ele con varios dolia (‘recipientes de barro’) incrustados para mantener ciertos guisos y bebidas a la temperatura óptima; también taburetes y mesas dentro o fuera del local y esclavos para atenderlas. La Caupona era una tienda de bebida y comidas frías ya preparadas –vino, chacinas, quesos o encurtidos– para tomar allí o llevar. No había bancos ni mesas; solo una barra exterior para los clientes. Ambos eran llamados tabernae, el origen de nuestras tabernas. Los romanos también tenían las mutatio. Dotadas de cuadras, caballos de refresco, forraje, repuestos para los carros y veterinarios, cubrían las necesidades de los medios de transporte de los viajeros. Estas ‘estaciones de servicio’ estaban situadas cada 15 kilómetros en las calzadas romanas. Y cada tres mutatio se situaba una mansio, donde se podía comer, darse un baño y dormir.

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El primer detector de seísmos

Es del siglo I y lo inventó Zhang Heng, al que se le podría llamar el Da Vinci chino por la gran variedad de disciplinas que dominó (astronomía, poesía, matemáticas, literatura, geografía…). Su artilugio detectaba la dirección en la que se había producido el terremoto, incluso a más de 600 kilómetros de distancia. Era una especie de gran cazuela de cobre que llevaba adosados, en su parte externa, ocho dragones con una bola, también de cobre, en su boca. Cuando se detectaba un temblor, el dragón soltaba la bola y caía en la boca de unos sapos distribuidos alrededor de la cazuela. Y eso indicaba la dirección de la sacudida.

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Un lepero, rey de Inglaterra

Aunque a Lepe se la relaciona con los chistes, esto no es ninguna broma. Juan de Lepe era un marino de esta localidad onubense cuyo carácter debía de ser una mezcla del Lazarillo de Tormes (pícaro), Juan Tamariz (tahúr) y el Follonero (bromista y descarado), al que los avatares de la vida llevaron a la corte del rey de Inglaterra Enrique VII. Llegó a ser una mezcla de confidente y bufón del rey. El desapacible clima de la isla hacía que rey y plebeyo pasasen las horas, al calor del hogar, tomando cervezas y jugando partidas de cartas o ajedrez.

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El rey tenía fama de tacaño y las apuestas no iban más allá de alguna moneda, hasta que un día, pensando que Juan se echaría atrás, se jugó las rentas de Inglaterra –aunque luego lo dejó en las de un día– a una mano. Juan, sin inmutarse, aceptó. Juan ganó y fue rey durante un día. Se dio una gran fiesta en su nombre y aprovechó para llenarse los bolsillos. Tras la muerte de Enrique VII, en 1509, el lepero decidió regresar a su casa antes de que Enrique VIII decidiese su destino. Ya en su pueblo, se dedicó a disfrutar de la vida y de su fortuna, pero también quiso ganarse el retiro celestial y donó parte de sus riquezas al monasterio franciscano de Lepe con una condición: que se grabaran en su lápida, a modo de epitafio, sus hazañas.

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El primer impuesto sobre la renta

 

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En la Florencia de 1427 se instituyó el castato (catastro) como un registro de la titularidad de las tierras. Con esa lista como referente se estableció el primer impuesto sobre la renta de la historia, que rompía con los tributos medievales establecidos; todos, indirectos. Según este impuesto, todos los cabeza de familia debían presentar, cada tres años, un informe de su riqueza: ingresos, propiedades, deudas y los miembros que constituían la familia. Era progresivo (a mayor ganancia o renta, mayor era el porcentaje que pagar) y, a diferencia de los actuales, se podían incluir quejas, sugerencias, peticiones… Por otra parte, también existían las «benditas exenciones», como los inmuebles y las obras de arte.

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A prisión por fumar

En una de las expediciones a las islas (Cuba o La Española) en 1492, el marinero Rodrigo de Jerez y el intérprete Luis de Torres se toparon con unos indígenas «siempre con un tizón en mano y ciertas hierbas para saborear así el perfume, que son hierbas secas envueltas en otra hoja, seca también, en forma de cilindro ahusado y encendido por una punta». Ambos se aficionaron a esta costumbre indígena y, de vuelta a la patria, trajeron consigo el ‘maldito’ hábito. El primer europeo en sufrir las consecuencias del tabaco fue Rodrigo de Jerez. Lo cogió tal gusto que era habitual verlo fumar por la calle, exhalando humo por la boca y la nariz. La gente murmuraba que había vuelto poseído por el demonio. Y si la Inquisición oye la palabra ‘demonio’, allí se presenta. Condenado por brujería, Rodrigo pasó varios años en la cárcel.

En 1780, en Newgate, Inglaterra, se dice que por disturbios callejeros encarcelaron a William Addis. En aquella época, los dientes se lavaban frotándolos con un trapo o una tela de lino con sal u otras sustancias. Como los trapos de prisión no debían de ser muy fiables, Addis buscó un sustituto más higiénico. Se guardó un hueso de la cena y con un pequeño soborno a uno de sus guardias consiguió unas cerdas, las unió y pegó en unos agujeros hechos antes en el hueso… Al salir de prisión, fundó la compañía Addis, que aún hoy existe, y comenzó a comercializar sus cepillos.

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Un jarabe ‘milagroso’

¿Cómo se las apañaban las madres hace más de un siglo para bajar la fiebre a los niños? Con el jarabe de la señorita Winslow. Este remedio milagroso se lo debemos a Charlotte Winslow, que lo comercializó a mediados del siglo XIX. Su efecto calmante era mucho más rápido y eficaz que los antipiréticos actuales, seguramente porque contenía morfina pura. En 1910, The New York Times publicó un artículo desenmascarando estos calmantes que contenían «sulfato de morfina, cloroformo y heroína». En 1911, la American Medical Association publicó un estudio, Panaceas y charlatanería, en el que denominaba «asesino de bebés» al jarabe de Winslow. Aun así, todavía tuvieron que pasar unos años hasta que fue retirado.

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¿Cuánta lata dieron las latas?

El francés Nicolas Appert, en 1804, ideó el primer sistema de conservación de comida. Introducía los alimentos en botes de cristal y, tras hervirlos, quedaban herméticamente cerrados. Aunque Napoleón lo premió con 12.000 francos, no tuvo éxito por la fragilidad del recipiente y porque el cierre hermético, con tapones de corcho, dejaba bastante que desear. En 1810, el inglés Peter Durand le dio una vuelta al invento y cambió los botes de cristal por recipientes de hierro forjado recubiertos de estaño para evitar su oxidación.

Pero quienes se acabaron llevando la fama fueron Bryan Donkin y John Hall, que compraron a Durand la patente por mil libras. El primer cliente de la nueva empresa fue la Royal Navy. Pero las latas tenían un problema: aún no se había inventado el abrelatas. Según las etiquetas de aquellos envases, se necesitaban un martillo y un cincel para abrirlos. Muchos soldados utilizaban las bayonetas, disparaban contra ellas o las golpeaban con piedras. El primer abrelatas, inventado en 1855, fue patentado por Ezra J. Warner.

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La cena más cara de la historia

 

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Cleopatra, reina de Egipto, intentó impresionar a Marco Antonio, enviado de Julio César, apostando que era capaz de ‘cenarse’ diez millones de sestercios (con una sola de estas monedas se cenaba y dormía en una mansión). Marco Antonio aceptó. En la cena se sirvieron manjares, pero nada como para alcanzar esa cifra. Cleopatra lucía un impresionante collar con dos perlas. Se dirigió al juez de la contienda y le preguntó cuánto podría valer cada una de ellas. «Unos cinco millones de sestercios», contestó. La reina echó una de las perlas en una copa con vinagre. Al estar formada por carbonato de calcio, reaccionó al aliño y se disolvió. Y Cleopatra se bebió la perla. No le hizo falta tomarse la segunda; Marco Antonio se dio por vencido. En la imagen: Banquete de Cleopatra a Marco Antonio, pintado por Giovanni Battista Tiepolo hacia el año 1743.

Origen: Quince anécdotas históricas para contar en estas fiestas

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