Segunda Guerra Mundial – La épica batalla entre un solitario tanque nazi y un ejército aliado
El 13 de junio de 1944, Michael Wittmann acabó a lomos de su «Tiger» con 21 carros de combate británicos durante el Desembarco de Normandía
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Decía el general Patton (considerado por muchos como un petulante) que en la guerra no son válidos los héroes que mueren por su país, sino los soldados que hacen que «otros cabronazos» fallezcan por el suyo. Si interpretamos esta frase al pie de la letra, el capitán Michael Wittmann -uno de los tanquistas más condecorados del régimen nazi- sería el perfecto prototipo de militar, pues destruyó durante el Desembarco de Normandía la friolera de 21 carros de combate británicos y otros tantos vehículos de transporte a lomos de su «Panzerkampfwagen VITiger». La humillación fue de dimensiones gigantescas, pues el oficial perpetró esta acción en apenas 15 minutos, sin la ayuda de sus compañeros y a sabiendas de que se encontraba solo frente a cientos de enemigos.
La historia de Wittmann nos habla de valentía, de heroicidad y de maestría al volante. No es para menos, pues es el tercer «as» nazi de los carros de combate que más bajas causó durante la Segunda Guerra Mundial al acabar con 141 tanques enemigos, 132 cañones anticarro y otros tantos vehículos de transporte y reconocimiento. Sin embargo, su pasado está unido también de forma irremediable al horrendo Tercer Reich.
Es precisamente por eso por lo que su tumba (ubicada en el cementerio germano de La Cambe, cerca de las playas de Normandía) ha sido desde siempre un lugar recurrente de reunión para los neonazis, quienes son capaces de viajar miles de kilómetros hasta la zona para levantar la mano derecha en su honor. A su vez, es muy probable que llevar la esvástica en su uniforme también haya provocado que, la semana pasada, un grupo de desalmados robasen la placa de su sepulcro. Un crimen que las autoridades locales siguen investigando sin éxito.
La juventud de un futuro «as»
Michael Wittmann vino al mundo una 22 de abril de 1914 en Vogelthal, un pequeño pueblo cerca del Alto Palatinado (en Alemania). Mientras el mundo andaba a tiros de fusil en la Primera Guerra Mundial este pequeño germano, hijo de un granjero local, comenzó a aprender el negocio familiar para labrarse un futuro prometedor. Sin embargo, lo cierto es que su periplo por el mundo de la agricultura duró poco.
De hecho, no tardó en cambiar el campo por las organizaciones juveniles que, mediante disciplina y cierta jerarquía militar, se estaban ganando un hueco en la sociedad de entonces. «A los 19 años se unió al Servicio Voluntario del Trabajo (“Freiwillige Arbeitsdienst”, FAD), que más tarde se convertía en el Servicio de Trabajo del Reich (“Reich Arbeitsdienst”, RAD). Estas organizaciones ponían un especial énfasis en el trabajo en equipo, dotes que le serían de gran ayuda en un futuro no muy lejano al mando de un carro de combate» explica, en declaraciones a ABC, el historiador Javier Ormeño Chicano, autor de «Michal Wittmann y Villers-Bocage, 1944» (editado por «Almena»).
Tras ver un Panzer 1, Wittmann supo que quería ser un carrista
Tras apenas medio año en estos grupos, un jovencísimo Wittmann puso sus habilidades al servicio de la «Wehrmacht» (las fuerzas armadas germanas) el 30 de octubre de 1934. Por aquel entonces, con Adolf Hitler al frente de Alemania, este germano firmó un compromiso de dos años con el nuevo ejército que se estaba formando a espaldas de Europa. Su destino: un regimiento de infantería ubicado al sur del país.
«Fue asignado a la “10 Kompanie” del “19 Regimient Infanterie” cerca de Munich. Durante unas maniobras Wittmann vio por primera vez un carro de combate, un pequeño Panzer I (PzKpfw I) con el que quedó profundamente impresionado», añade el experto. Lo cierto es que aquel tanque no era más que una cafetera de poco más de cuatro metros de largo con un armamento precario, pero ya encandiló a nuestro protagonista, quien supo que, tarde o temprano, llegaría a convertirse en carrista.
En el ejército llegó a ascender a cabo, rango que mantuvo hasta que se licenció en septiembre de 1936. Posteriormente dirigió sus pasos hacia el mundo civil algo que, nuevamente, no duró demasiado. Y es que, la mentalidad castrense le atraía demasiado como para abandonarla. Así pues, y en vista del interés que le generaban las «Allgemeine SS» (la rama política de este grupo militarizado) se unió a ellas con el objetivo de entrar en alguna unidad de combate.
«Tras ser asignado al “Sturm 1/92”, quiso pasar las pruebas de las SS. Las pruebas físicas y médicas para unirse a las SS eran durísimas pero, tras superarlas el 1 de abril de 1937, fue admitido y pudo unirse a las “SS-Verfugungstruppe” (SS–VT) como recluta de la “17 Kompanie” de la “Leibstandarte SS Adolf Hitler” (LSSAH). Esta fue una de las mejores unidades de combate de la Segunda Guerra Mundial», añade Ormeño Chicano.
Tras unirse a las SS, cumplió su sueño cuando le formaron como conductor del «Panzerspähwagen Sd.Kfz 222» (un vehículo blindado de reconocimiento de cuatro ruedas que se caracterizaba por su velocidad y por ir armado con una ametralladora pesada). Posteriormente recibió el mismo «título», aunque para el «Panzerspähwagen Sd.Kfz 232». Este era un vehículo algo más pesado (pues contaba con placas antibalas de hasta 15 milímetros, algo considerable para no ser un carro de combate), tenía más envergadura que su hermano mayor y disponía de ocho ruedas y un cañón de 20 milímetros en su torreta.
Según parece, Wittmann era muy bien considerado entre las tripulaciones de la época, por lo que parecía claro que –más temprano que tarde- sería destinado a una unidad acorazada. Con todo, todavía tendría que esperar un poco para cambiar el volante de estos automóviles por el de un tanque.
«El 9 de noviembre participó en la ceremonia de juramento en el “Feldherrnhalle” dónde fue ascendido a “SS-Sturmmann” [cabo segundo]. Junto a su unidad participó en el “Auchlus” Anexión de Austria) y más tarde en la de los Sudetes. Gracias a sus dotes en el mando fue ascendido a “SS-Unterscharführer” [sargento segundo] el 20 de abril de 1939», explica el autor de «Michal Wittmann y Villers-Bocage, 1944» en declaraciones a ABC.
Con todo, durante este tiempo no participó en ningún combate. De hecho, para enfrentarse al enemigo por primera vez tuvo que esperar hasta que Adolf Hitler se pasó los tratados internacionales por la bragueta del pantalón y, sin declaración previa, invadió Polonia el 1 de Septiembre de 1939. En ese momento, mientras el mundo vivía el principio de la una de las contiendas más sangrientas de la historia, nuestro protagonista pudo hacer su primera muesca en su fusil.
«Durante la campaña tuvo su primera experiencia de combate. Posteriormente fue trasladado como suboficial instructor a la “5 Kompanie” en el batallón de reemplazo de la división. Una vez más sus dotes personales hicieron que sus superiores se fijasen en él y fue destinado a la unidad de reconocimiento del “Sturmgeschütz Abteilung” el 25 de abril de 1940. Esta unidad estaba equipada con los nuevos cañones de asalto StuG III. Era un concepto nuevo de armamento y nadie tenía experiencia en un vehículo similar para que pudiera enseñarle, pero su comandante decidió darle la oportunidad de escoger a tres compañeros para que formasen su tripulación. A lomos de su StuG III Ausf A prestó servicio en la campaña de Grecia», añade Ormeño Chicano.
Al fin había conseguido un mando a bordo de un carro medio. En este caso, un StuG, perteneciente a la familia de la «artillería autopropulsada» (un tipo de vehículo con un cañón de gran calibre, sin torreta e ideado para acabar con los tanques enemigos desde la lejanía).
Su primera gran batalla
Tras hacerse un nombre en Polonia, Wittmann fue uno de los combatientes seleccionados para participar en la «Operación Barbarroja», el gigantesco asedio de la Unión Soviética por parte del ejército nazi. El 11 de junio el oficial fue trasladado hacia el este y, el 22 de ese mismo mes, su brazo ataviado con la esvástica se encontraba inmerso en el ataque contra el ejército rojo (el cual, por cierto, se llevó a cabo a pesar de que Hitler y Stalin habían firmado un pacto de no agresión tras la conquista del territorio polaco).
Los primeros días de combate, la «Luftwaffe» bombardeó de forma incesante las líneas de defensa rusas hasta acabar con la mayoría de ellas. Tras los explosivos, llegó la hora de la infantería y de los carros blindados, los cuales iniciaron el avance -como ya habían hecho anteriormente- mediante la táctica de «Blitzkrieg» (el asalto rápido de las posiciones más débiles del contrario mediante infantería motorizada y tanques).
El 11 de junio, Wittmann formó parte del asedio sobre la U.R.S.S.
Un mes después, sobre el territorio soviético y ya como comandante de carro, Wittmann se enfrentó de forma heroica a los temibles T-34/76 soviéticos, un tipo de carro de combate revolucionario que causó más de un quebradero de cabeza a los alemanes debido a su blindaje inclinado y a su potente cañón de 76 milímetros. Sin duda, un ingenio acorazado con patente de Stalin.
«El 12 de julio de 1941, Wittmann se dirigió hacia la Cota 65.5. Le habían ordenado posicionarse en la mencionada colina y allí encaminó su cañón de asalto. Tras casi quedar hundidos en una fosa que pasó inadvertida para Koldenhöff, el conductor, el vehículo alcanzó finalmente su posición. Tan sólo unos instantes después el artillero de Wittmann, el “SS-Rottenführer” Klinck, localizó a un grupo de carros de combate enemigos que se aproximaban a gran velocidad a su posición. Wittmann puso en marcha su vehículo posicionándose en otro lugar más favorable para la acción. Desde allí pudo contar hasta 18 carros de combate enemigos T-34/76 desplegados en dos grupos de batalla, uno de 12, y el otro con los otros 6 vehículos restantes», explica el historiador a ABC.
Casi una veintena de T-34/76 contra un único StuG III alemán. Era una misión a priori imposible para cualquier carrista pero, al parecer, no para Wittmann, que decidió aprovechar que los enemigos no se habían percatado de su presencia e inició los preparativos para plantar cara a los soviéticos. Eso sí, prefirió tomarla específicamente con el segundo grupo, el de 6 enemigos, y olvidarse del segundo, mucho más poderoso.
Y es que, entre valiente y loco hay una línea muy fina que no quería sobrepasar más de lo deseable. Así pues, y a sabiendas de que los rusos no habían pulido aún su técnica a la hora de combatir en grandes divisiones blindadas (según Otto Carius, otro de los grandes «ases» de los blindados nazis, no sabían coordinarse debido a que no contaban con radios en sus tanques y sus comandantes de vehículos eran sumamente «cobardes») ordenó a su conductor esconderse en la parte izquierda de la colina. Se enfrentaría a ellos.
«Entre el rugido de los motores del T-34/76 se pudo oír la detonación del cañón de 75 mm del StuG y, al instante, uno de los carros soviéticos estalló en una bola de fuego. Wittmann impartía órdenes precisas a Koldenhöff para mover el StuG a fin de que Klinck obtuviese los mejores ángulos de ataque, ya que el StuG III carecía de torreta y se debía encarar el vehículo hacia su objetivo para poder disparar. La coordinación de la tripulación fue perfecta», añade Ormeño Chicano.
Después de que Petersen, el cargador, metiera un nuevo cartucho en el potente cañón del StuG III, el carro volvió a estremecerse con el siguiente disparo, el cual hizo explotar otro blindado soviético. «Uno de los proyectiles casi alcanzó al vehículo de Wittmann, pero erró el tiro por poco estallando detrás del StuG III (al no tener torreta su altura era menor y ofrecía un blanco menor al enemigo)», añade el historiador.
Con dos bajas a sus espaldas y la columna soviética alerta (dos barbacoas protagonizadas por sus carros de combate les hicieron percatarse de que había enemigos en la zona), Wittmann fue prudente y se retiró hasta un bosque cercano para pensar su siguiente movimiento y no exponerse a los zurriagazos de los rojos.
La tranquilidad fue poca, pues un nuevo enemigo le ganó terreno y se propuso entrar junto a él al abrigo de los árboles. «Un tercer T-34 se batió con el StuG de Wittmann. Ambos abrieron fuego simultáneamente. Sin embargo, el proyectil disparado por el artillero Klinck fue más preciso y alcanzó al vehículo soviético. En la explosión su torreta salió disparada por los aires cayendo unos metros más allá», completa el experto.
Para suerte del germano, los tres siguientes disparos enviados por los soviéticos fallaron. La desgracia rusa fue que Wittmann y su tripulación no fueron tan benevolentes y dieron cuenta de otro carro de combate de un disparo certero. Sin duda, algo digno de un largometraje. Lo más curioso fue que, según parece, los rusos no enviaron más tanques para detener al alemán, pues debieron pensar que dos contra uno era un número lo suficientemente imponente como para salir victoriosos. Por el contrario, el resto de la columna se quedó esperando. A esta, se añadió además otro vehículo de refuerzo. Ya solo quedaban tres.
Su actuación frente a los T-34 le hizo ganar la Cruz de Hierro
«Sobre la colina había otros tres T-34, parados, pero con el motor en marcha. La presencia del StuG pasó desapercibida y Koldenhöff maniobró hábilmente para situarse a tan solo 500 metros del último de ellos. A la orden de Wittmann, Klinck apretó el gatillo y un proyectil de 75 milímetros perforante alcanzó a uno de los vehículos rusos destruyéndolo al instante en una bola de fuego. Los otros dos carros giraron a la par sus torretas para adquirir como blanco al atacante mientras que Koldenhöff maniobraba para cubrirse», destaca el historiador.
Con solo dos enemigos en su contra, el alemán se dispuso a obtener su tan deseada victoria. «Un nuevo disparo del StuG y otro T-34 terminó en llamas vomitando humo negro por todas sus escotillas. Otro proyectil en la recámara y el T-34 tocado terminó por explotar al recibir un nuevo impacto directo. Ante ese panorama, el tercer T-34 decidió que había sido suficiente y huyó para evitar correr la misma suerte que sus compañeros», añade Ormeño Chicano. Esta imponente victoria permitió al alemán conseguir la Cruz de Hierro de Segunda Clase por su gran valentía en combate, una de las más altas condecoraciones de la época para los nazis.
Un Tigre para un león
Demostrada su valía como comandante, Wittmann combatió con su StuG en Rusia hasta junio de 1942. Un año en el que causó decenas de bajas en el ejército soviético. No obstante, su dominio de los mandos de los carros de combate era tan apabullante que, ese mismo mes, fue aceptado como cadete en la escuela de oficiales de Baviera.
Tras pasar ese curso, en 1943 fue trasladado de nuevo al frente del Este, aunque en este caso fue asignado a una unidad de Panzer III Ausf L/M (un carro de combate medio cuyo armamento variaba dependiendo de la versión) dedicada a proteger la retaguardia de carros de tanques más pesados. Fue el 5 de julio (dos veranos después de acabar con un pelotón de T-34) cuando fue puesto a las órdenes de un poderoso «Panzerkampfwagen VI Tiger». Para muchos, el mejor blindado de la Segunda Guerra Mundial.
No era para menos, pues su pesado blindaje (de hasta 120 milímetros) y su efectivo cañón de 88 milímetros hicieron de él una verdadera pesadilla para sus enemigos. De hecho, ver una de estas moles en contienda causaba pavor entre los aliados, quienes sabían que deberían sudar sangre para mandarle al otro barrio. Y todo ello, perdiendo una ingente cantidad de tropas.
Su efectividad impresionaba incluso a veteranos comandantes de carro como Otto Carius quien, en sus memorias escritas en 1950, se deshizo en elogios hacia este vehículo. «No existe nada parecido a un seguro de vida en un carro de combate. Sencillamente no puede haberlo. No obstante,nuestro Tiger fue el mejor carro de cuántos yo conocí en la guerra. Es probable que aún no haya sido superado, peso a los avances realizados hasta el momento. […] La fortaleza de un carro reside en su blindaje, en su movilidad y en su armamento. Se deben combinar los tres factores para conseguir el máximo rendimiento. Este ideal se hacía realidad en nuestro Tiger».
Como comandante de Tiger, Wittmann participó en la batalla de Kursk, en la que se enfrentaron más de 6.000 carros de combate. Durante esta contienda, el comandante y su tripulación dieron cuenta de 30 tanques soviéticos de todo tipo y 28 cañones anticarro –armas de gran calibre que, dotadas por infantería, estaban diseñadas para acabar con los blindados enemigos-. Curiosamente, y a pesar de lo que opinaban el resto de las unidades, para los carristas era todo un orgullo aniquilar una de estas piezas de artillería.
Así lo corrobora, de nuevo, Carius en sus memorias: «La destrucción de un cañón contracarro era aceptada como normal por los legos y los soldados de otras ramas. Para ellos solo la destrucción de otros carros contaba como victoria. Pero un cañón contracarro tenía un valor añadido para un carrista experimentado. Para nosotros, estos eran mucho más peligrosos que los blindados enemigos. Un cañón contracarro esperaba en emboscada, bien camuflado y perfectamente integrado en el terreno, por eso era muy difícil identificarlos y más aún acertarles con nuestros disparos, debido a su poca altura. Normalmente no nos dábamos cuenta de la presencia de los cañones contracarro hasta que ellos hacían el primer disparo. Ocurría a menudo que solían alcanzarnos si los soldados a su cargo eran expertos».
La Cruz de un Caballero
Tras combatir en aquella lata de sardinas en nombre de Adolf Hitler, el oficial germano fue enviado a Italia y, posteriormente, al frente ruso de nuevo. Todo ello, antes de que fuera propuesto para recibir la codiciada Cruz de Caballero, condecoración que apenas se entregó a 7.000 combatientes durante la Segunda Guerra Mundial (a pesar de que más de 10 millones de alemanes lucharon en ella). «Wittmann, junto a su unidad, regresó al Frente Oriental justo a tiempo para intentar oponerse a la ofensiva soviética contra Kiev. Durante los combates desarrollados en el área, Wittmann logró su victoria número 60», añade Ormeño Chicano en declaraciones a ABC.
Finalmente, ese mismo mes recibió la condecoración gracias a la siguiente recomendación realizada por el comandante de división Theodor Wisch: «El SS-Untersturmführer Wittmann, comandante del 13r Pelotón del SS/Pz.Rgt.1 LSSAH, ha destruido 56 tanques durante el periodo de julio de 1943 hasta el 7/1/1944, incluyendo varios KVI, KVII, General Sherman y siendo el resto T-34. Durante una penetración cerca de Sherepki por una brigada de tanques rusos el 8/1/1944, él y su pelotón tuvieron éxito al parar el ataque y él mismo dejó noqueados 3 T34 y 1 cañón de asalto. Sobre el 9/1/1944 destruyó otros 6 T34 durante una penetración por tanques soviéticos y levantó su total de victorias a 66. Demostró una vez más un excepcional valor, enfrentándose y destruyendo el ataque acorazado ruso».
Camino a Normandía
Sin embargo, en 1944 Wittmann se vio inmerso en una guerra que no pintaba nada bien para el ejército nazi. Para empezar, el frente del este (en el que este oficial había hecho trizas a decenas de carros rusos) fue abandonado por los alemanes ante el empuje de los hombres de Stalin. La situación no era mejor en Europa oriental, zona a la que estaba claro que los aliados querían acceder mediante un desembarco masivo.
Así lo atestiguaba el gigantesco movimiento de tropas inglesas, americanas y canadienses que se había producido hacia el sur de Gran Bretaña y al que Hitler no era ajeno. Derrotados en la estepa soviética, a los nazis ya solo les quedaba reforzar las defensas de las playas de todo el norte de Francia para evitar que sus enemigos las tomasen y, desde allí, liberasen París. Una misión difícil debido a los kilómetros y kilómetros de costa a proteger.
En estas andaban los nazis -rompiéndose la cabeza para adivinar donde sería el desembarco aliado- cuando Wittmann fue enviado junto a su unidad (la «Leibstandarte SS Adolf Hitler», integrada en el 101º Batallón de Carros Pesados) a las proximidades de Normandía en abril. No andaba desencaminado el que decidió dirigir las orugas de estos combatientes hasta esa región, pues el 6 de junio se produjo, finalmente, la macro operación que llevaba meses organizándose: el Día D, el asalto masivo por parte de los aliados a la costa francesa.
Tras el ataque la desesperación se adueñó de los germanos, que movilizaron a todas las unidades de carros de combate cercanas para detener la incursión enemiga. Precisamente en este contexto se ordenó a nuestro protagonista (al mando de una compañía de 6 Tigers) dirigirse hacia Beauvais, un pequeño pueblo ubicado a medio camino entre París y las playas. El calendario marcaba entonces el 7 de junio.
No obstante, cuando los carros de combate comandados por este germano llegaron a la zona, sus enemigos ya habían tomado buena parte de las playas y avanzaban hacia el interior del país con el cuchillo entre los dientes. Desbordado como estaba en todos los frentes, el alto mando nazi decidió enviar a Wittmann y a sus 6 Tigers hasta Villers-Bocage, un pueblo ubicado a 200 kilómetros de Beauvais que cubría el flanco izquierdo de la «División Panzer Lehr» (una de las unidades que trataba de rechazar a los aliados a sangre y fuego).
El alemán recibió la orden de deefnder Villers-Bocage a toda costa
Su misión era, a la vez, sencilla de entender y sumamente complicada de llevar a cabo: debía defender la región para evitar que sus compañeros fueran rodeados y aniquilados. De su buen hacer dependían cientos de vidas. «El jefe de la división, “Sepp” Dietrich -junto a los comandantes de los Tigers- dedujo que Villers-Bocage y la Cota 213 eran unos objetivos potenciales para los aliados, ya que coparían las posiciones de la “Panzer Lehr”, así que Wittmann se dirigió allí», explica el experto a ABC.
Los alemanes estaban en lo cierto, pues a los aliados no se les había pasado por alto que, si tomaban este pueblo, podrían «embolsar» y aniquilar a la «Panzer Lehr». «Ya que la “Panzer Lehr” tenía sus flancos al descubierto, la idea básica de Montgomery era la de avanzar por el pueblo de Villers-Bocage, atacar la ciudad desde el suroeste y, con suerte, embolsar las posiciones de la “Panzer Lehr” para destruirla posteriormente en una operación de limpieza de la bolsa. La Operación “Perch” había sido ideada por el Mariscal de Campo Montgomery y había comenzado con buen pie, salvo un tanque Stuart británico destruido por un solitario anticarro alemán en el pueblo de Livery», añade Ormeño Chicano.
Buscando un hueco en la Historia
Con toda aquella responsabilidad sobre los hombres, Wittmann se dirigió con sus 6 Tigers hacia Villers-Bocage. Disponía de un grupo de los mejores carros alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Eran duros como fortalezas, sí, pero contaba con un número irrisorio para detener a todos los enemigos que llegaban desde las playas de Normandía.
La tarea sería difícil de cumplir, aunque nunca dudó: debía llevarla a cabo como buen soldado. Tras horas de viaje, la compañía llegó a las afueras del pueblo entre la noche del 12 de junio de 1944 y la mañana del día siguiente. Sus tripulaciones estaban extenuadas, pero no les quedaba otro remedio. Eran el último escollo en el camino de los aliados y la última defensa existente para proteger el flanco de la «Panzer Lehr».
«Wittman se ofreció a realizar un reconocimiento con su Tiger y, a las 06:00 a.m., puso en marcha su carro de combate. Bajo la cobertura de los árboles Wittmann estableció su puesto de mando a tan sólo 150 metros de la Cota 213, dónde quedó a la espera bajo la sombra y protección de un árbol. Al poco de estar en su puesto de observación, un “Unteroffizier” [cabo] de la “Wehrmacht” alcanzó su posición sujetándose el casco con una de sus manos y jadeando por la carrera», destaca el experto.
El nazi informó a Wittmann de la presencia de un número indeterminado de carros de combate enemigos en las inmediaciones, y en una cantidad gigantesca. «Muy probablemente pertenecían a los “jerrys”, apodo por el que los alemanes hacían referencia a las tropas británicas. Desde su posición pudo observar lo que parecía una larga columna de vehículos blindados enemigos a lo largo de la carretera de Villers-Bocage y en dirección a la Cota 213», explica el historiador.
La situación no era sencilla. Y es que, hacia la posición de la escasa compañía de Wittmann se dirigía una fuerza considerable formada por dos grupos del 4º Regimiento británico «City of London Yeomanry» (perteneciente a la 7ª División Acorazada). El primer escuadrón se había posicionado al este de Villers-Bocage y estaba formado por un número indeterminado de carros de combate Cromwell y M4A4 Sherman «Firefly»(ambos, tanques medios con un cañón que difícilmente podía dañar a los Tiger).
Tras estos tanques se destacaba, además, la 1ª Brigada de Fusileros norteamericana, la cual contaba con varios vehículos de transporte M3 y tres blindados ligeros de exploración M5A1 Stuart. «También había elementos acorazados pertenecientes al “5th Royal Tank Regiment”. Mientras, en la calle principal de la ciudad quedaron los vehículos del Cuartel General del Regimiento, con sus vehículos aparcados y algunos de ellos aún con los motores encendidos a la espera de reemprender la marcha. Al oeste, finalmente, se ubicó el segundo escuadrón», añade el experto. En total, más de 200 vehículos y cientos de soldados.
Una batalla épica
En principio, Wittmann pensó en solicitar refuerzos a sus superiores, pero rápidamente desechó la idea, pues si usaba la radio, sería descubierto por los británicos y perdería el factor sorpresa. Sabedor además de que no podría defenderse de tal avalancha de enemigos si eran ellos los que atacaban, decidió hacer honor a sus medallas y asaltar al enemigo.
«Las fuerzas alemanas en la zona se reducían a un puñado de soldados de infantería y 6 Tigers, aunque uno estaba averiado por los daños recibidos (Tiger 233) y otro sería utilizado como enlace (Tiger 211). Wittmann bajó de su Tiger y, acompañado por el “Unteroffizier” que le alertó de la presencia enemiga, se acercó más para inspeccionar. Tras ello avisó al Tiger 234 para que se mantuviera a la espera. Wittmann subió a la torre del Tiger y, colocándose los cascos de comunicación interna, comenzó a impartir órdenes para un ataque sobre la ciudad», añade el experto español.
Así pues, corrían aproximadamente las ocho de la mañana cuando, con la brisa mañanera rozando la cara de Wittmann, este explicó su plan a Kurt Sowa, Herbert Stief, Georg Hantusch y Jürgen Brandt –los comandantes del resto de carros-. Sus órdenes, según les dijo, eran llegar hasta la Cota 213 (ubicada a un kilómetro y medio del pueblo) y evitar que fuese tomada por las tropas británicas.
Curiosamente, se reservó lo más difícil para él. Y es que, decidió que se lanzaría con su carro de combate sobre los enemigos para aprovechar el factor sorpresa y crear el desconcierto. El momento, según dijo, era idóneo, pues muchos británicos habían abandonado sus vehículos momentáneamente para desayunar. No sabemos qué opinaron de este plan los miembros de su tripulación (la cual estaba formada por el conductor Walter Müller, el artillero Bobby Woll, el cargador Günter Boldt y el operador de radio Günther Jonas), pero lo cierto es que todos conocían las capacidades de su jefe y le hubieran seguido a través de un campo de minas con los ojos vendados.
Con todo listo, Wittmann dio la orden de avance y esperó a que su pesado Tiger empezase a coger velocidad. Él, lejos de embutirse en aquel amasijo de hierro, abrió la escotilla y alzó la cabeza para distinguir mejor a sus objetivos, una práctica que solían hacer los alemanes y que los soviéticos despreciaban por ser demasiado peligrosa.
«Wittmann enfiló directamente su Tiger por la carretera hacia los estacionarios vehículos del Escuadrón “A” del “4º “City of London Yeomanry” y abrió fuego sobre ellos. Las sorprendidas tripulaciones, que se encontraban al borde de la carretera disfrutando de una taza de té y un cigarrillo antes de reemprender la marcha, fueron cogidas completamente desprevenidas. A pesar de estar próximos a sus vehículos parecía más que evidente que serían destruidos por el Tiger y que tampoco tendrían, ni de lejos, tiempo para maniobrar y obtener una buena posición de tiro contra el carro germano. Lo único que pudieron hacer fue dispersarse y huir de sus vehículos, muchos de ellos aún con el motor en marcha», señala Ormeño Chicano.
Los británicos no pudieron reaccionar debido a que estaban tomando el té
Tras el susto inicial (ver cómo se acerca una de estas moles de metal no debe ser agradable para nadie) a los británicos les sobrevino el terror cuando el Tiger de Wittmann comenzó a hacer fuego con su cañón de 88 milímetros. Su efectividad era letal y, con los primeros dos disparos, dos carros de combate Cromwell se fueron al infierno.
El siguiente en estallar mediante un proyectil fue un Sherman «Firefly». Y eso solo en los primeros instantes. «En total, 15 vehículos fueron destruidos junto con 2 cañones anticarro de 6 libras. Estos ni siquiera pudieron ser emplazados para hacer frente a su enemigo y terminaron ardieron aún enganchados a sus vehículos de transporte. También corrieron esa misma suerte tres carros ligeros de exploración M5A1 Stuart», añade el historiador a ABC.
En apenas dos minutos, y con solo una breve pasada por parte del Tiger, las bajas se contaban por decenas. No solo de carros de combate, sino también de infantería, vehículos de carga, motocicletas y blindados de transporte. Wittmann no se detuvo en este punto, sino que siguió avanzando hacia la zona donde se hallaba el Estado Mayor del Regimiento (los mandamases, que podríamos decir).
Allí le esperaban 4 carros de combate Sherman, muy veloces y maniobrables, pero poco efectivos contra su gigantesco ingenio nazi. Así pues, cuando llegó hasta esa zona (ubicada dentro del pueblo) solo tuvo que disparar en tres ocasiones y tres de estos vehículos explotaron al instante. Mientras el pánico cundía entre los soldados de Churchill, nuestro protagonista dio orden de rodar a toda máquina sobre Villers-Bocage. Al fin y al cabo, de momento nadie podía detenerle.
«Los restantes Cromwell supervivientes del cuartel regimental del 4º “City of London Yeomanry”, bajo el mando del Capitán Patrick Dryas -quien se había ocultado en una de las calles laterales para evitar ser alcanzado- entraron entonces en acción. Dryas esperó a que el Tiger de Wittmann pasase por delante suya para ir tras él e intentar destruirlo con un disparo por retaguardia. Por su parte, el Escuadrón “B” estaba ya en alerta y comenzó a maniobrar para enfrentarse a la amenaza. Cuando el Tiger pasó de largo de su posición de emboscada, Dyas dio la orden de marchar tras el carro alemán. Pocos metros más adelante, Wittmann se topó frontalmente con un Sherman “Firefly” perteneciente al Escuadrón “B”. El “Firefly” abrió fuego en primer lugar alcanzando al Tiger, pero el proyectil rebotó inofensivamente sobre su blindaje frontal», completa Ormeño Chicano. El nazi le devolvió el golpe.
Todavía sin creerse que aquel disparo no hubiese hecho explotar su carro de combate (los «Firefly» podían dañar a los «Tiger» si se encontraban a menos de 800 metros de ellos) Wittmann ordenó dar media vuelta a la mole de metal. Curiosamente, al hacer esta maniobra destrozó un trozo considerable de pared que cayó sobre el Cromwell que le perseguía, el de Dyas.
Este, por su parte, abrió fuego sobre aquel asesino sobre orugas. No obstante, la bala rebotó en el casco. Lo mismo sucedió con el siguiente disparo. Nuevamente, había quedado demostrado por qué este tanque germano era tan temido por los aliados. Con todo, y sabedor de que la parte trasera del vehículo (sobre la que estaba disparando el británico) era la más débil, el germano ordenó cargar un proyectil a toda prisa para acabar con su contrario. A los pocos segundos, del cañón de 88 salió un fogonazo que hizo saltar por los aires el carro inglés. Milagrosamente, Dyas logró salir vivo de la posterior bola de fuego que se creó.
El ocaso de Villers-Bocage
Con la adrenalina recorriendo su cuerpo, Wittmann estuvo a punto de ordenar avanzar sobre una plaza en la que había ubicados 4 carros de combate enemigos (entre Cromwells y Shermans «Firefly») y un cañón contracarro de seis libras (unos 57 milímetros). Sin embargo, finalmente mantuvo la cabeza fría y ordenó al conductor seguir camino hacia la cota 213.
Allí, sería un buen refuerzo para sus compañeros. «Wittmann alcanzó pronto la Cota 213 y se reunió con sus cuatro Tiger. Con la incorporación de nuevos vehículos, un total de trece carros atacarían ahora la ciudad desde tres de sus lados. En la calle principal, el Tiger de Wittmann fue alcanzado por un cañón anticarro, pero sin consecuencias. Tras un certero disparo con un proyectil rompedor el cañón fue destruido», añade el experto.
Para saber más:La Segunda Guerra Mundial dentro de un tanque Sherman
No obstante, sus compañeros no tuvieron tanta suerte, pues dos «Tigers» fueron destruidos por el fuego combinado de tanques enemigos y cañones contracarro. Incluso el blindado del héroe nazi de Villers-Bocage recibió un disparo que acabó con sus orugas. Inmovilizada aquella perfecta máquina de combate, Wittmann dio la orden de abandonar el vehículo, coger los subfusiles y pistolas que hubiese a bordo, y correr a todo prisa hacia el campamento germano más cercano.
El ataque final habría fallado, pero este oficial había cumplido con creces su deber de cara a Adolf Hitler. «Wittmann había logrado destruir un total de 21 carros de combate enemigos y un número sin cuantificar de semirougas y transportes de tropas. Después, a pie, y en territorio enemigo, Wittmann y su tripulación lograron recorrer los quince kilómetros que los separaban de su unidad hasta alcanzar el cuartel de la “Panzer Lehr”, dónde informaron de la situación», destaca el historiador.
El total de bajas conseguido por su unidad no fue menos sorprendente. De hecho, aquel día quedó demostrado lo que podían hacer media docena de Tigers con comandantes veteranos a sus mandos.
«Tanto en los combates en el interior de la ciudad como en sus alrededores se destruyeron unos 30 carros de combate británicos así como un número significativo de otros tipos de vehículos durante la mañana de 13 de junio de 1944. Según las cifras oficiales del diario de guerra inglés se perdieron un total de 20 Cromwells, 4 Sherman «Fireflys», 3 M5A1 Stuarts y 3 M4 Shermans, junto con 16 transportes Bren-Carriers y 14 semiorugas M3, en total 60 vehículos. Todos los detalles y otras acciones de Wittmann se pueden leer en mi trabajo “Michael Wittmann y Villers-Bocage 1944”», completa el autor.
Muerto en combate
Tras regresar con vida del infierno de Villers-Bocage. Wittmann se convirtió en un héroe nacional para Alemania. La oficina de propaganda del régimen (dirigida por Goebbels) procuró que sus éxitos se conociesen en toda Europa con un objetivo doble: infundir el terror en los enemigos del Reich, e inducir a los jóvenes cadetes a cometer heroicidades (o locuras, que dirían otros) en el nombre de Adolf Hitler.
El 25 de junio, el carrista recibió también las Espadas para su Cruz de Hierro (una nueva condecoración) de manos del mismísimo «Führer», quien también le ascendió y le ofreció un trabajo nuevo trabajo como instructorpara los nuevos conductores y comandantes de Panzer.
No obstante, el germano ansiaba por encima de todo encontrarse en primera línea de batalla junto a su carro de combate, por lo que rechazó el puesto y, el 6 de julio, fue enviado de nuevo a Normandía. Allí participó en una gran ofensiva nazi que buscaba recuperar la ciudad de Caen (cerca de Villers-Bocage).
El 8 de agosto de ese mismo año, el «as» de los tanques nazis luchó su última batalla en una campiña cerca de Gaumesnil (al sur de Caen). Y es que, según informó el «SS-Hauptsturmführer» Höflinger -ubicado en un Tiger cercano al de nuestro protagonista- Wittmann fue alcanzado y su blindado, destruido. No hubo supervivientes. A día de hoy, existen multitud de teorías sobre quién acabó con el alemán, pues son decenas las unidades aliadas que se atribuyen su destrucción. Con todo, la más aceptada es que cayó por un disparo de un «Firefly» británico.
Después de que este «as» de los tanques muriese, tanto sus restos como los de su tripulación fueron enterrados cerca de su carro de combate. Eso provocó que, en las semanas posteriores, fuera imposible para las autoridades germanas hallar su cuerpo. Hubo que esperar hasta 1983 para que, durante una obra rutinaria, se encontraran sus cuerpos, los cuales fueron identificados gracias a las piezas dentales. Una vez hallado, el cadáver de Wittmann fue llevado hasta el cementerio alemán de La Cambe, en Nomandía, donde su enterramiento fue decorado con una placa en su honor.
Origen: Segunda Guerra Mundial – La épica batalla entre un solitario tanque nazi y un ejército aliado