28 marzo, 2024

Espionaje, diplomacia subterránea y un ‘007’ ejecutado: así fue la otra guerra de España con los turcos

Felipe II presidiendo un auto de fe, por Domingo Valdivieso y Henarejos, 1871, Madrid, Museo del Prado.
Felipe II presidiendo un auto de fe, por Domingo Valdivieso y Henarejos, 1871, Madrid, Museo del Prado.

Felipe II negoció una serie de treguas (al tiempo que amagaba con aliarse con los persas) que con el paso de las décadas apagaron de todo la guerra con el turco

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Una vez cubiertas de sangre las aguas de Lepanto comenzó otra batalla, más silenciosa, menos espectacular, pero más efectiva, por determinar mediante diplomacia y espionaje dónde terminaba la influencia española y dónde la otomana en el mar Mediterráneo. Porque es cierto que la batalla de Lepanto (1571) no tuvo grandes consecuencias a corto plazo (la alianza entre cristianos se rompió pronto, Túnez se conquistó con la misma velocidad que se perdió y la armada otomana tardó solo un año en volver al punto de partida), pero a largo plazo el combate marcó un cambio de tendencia en el Mediterráneo.

Tanto la Monarquía católica como la Sublime Puerta cambiaron sus polos geográficos en las siguientes décadas, para lo cual necesitaron antes cerrar una serie de treguas secretas en las que la red de espías de Felipe II exhibió sus mejores cartas.

El día después de la batalla fue para los ‘007’ del Rey.

Los pasos en falso tras Lepanto

La alianza entre cristianos continuó algún tiempo a la búsqueda de explotar la victoria naval. Nada más conocer la noticia de la derrota turca, un exultante Pío V ofreció coronar a Felipe II como Emperador de Oriente si recuperaba Constantinopla. Se trataba, en cualquier caso, de los cantos de sirena que suceden a una victoria así pero que resultan irreales. Como recordaría el Gran Duque de Alba en aquellos días, los ejércitos del Rey de España no estaban preparados para atacar al turco, sino para defenderse de él. Después de Lepanto, cada capitán general de la Santa Liga propuso un objetivo a conquistar acorde a sus intereses.

Revelación al Papa Pío V de la victoria de la Santa Liga en Lepanto.
Revelación al Papa Pío V de la victoria de la Santa Liga en Lepanto.

La terquedad de los venecianos por recuperar Chipre acabó por acelerar las fricciones y echar al traste la alianza. Así las cosas, España continuó por cuenta propia la campaña con el objetivo de conquistar Túnez, lo cual logró el 11 de octubre de 1573. La ocupación fue sencilla, aunque solo duró un año y ni siquiera conllevó el control sobre el interior del país. La Santa Liga agonizaba de muerte. Siempre envuelta en mil frentes, España se conformaba con que los turcos permanecieran en el Mediterráneo oriental sin molestar a sus posesiones italianas. Ellos así lo procuraron, pero no sus aliados berberiscos.

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La información de los espías del Rey era correcta, pero Doria decidió no desembarcar debido al miedo a nutrir otro desastre

Los presidios desplegados a lo largo de la costa de África servían de puntos de vigilancia a los reyes españoles para saber en todo momento lo que se cocía en las filas otomanas y en la de sus aliados berberiscos. En 1575, los espías españoles de Orán advirtieron de que otra de las plazas afines a Estambul, la de Argel, se encontraba sumida en el desgobierno y podía ser fácil de conquistar. Mientras Pedro de Toledo navegó hacia aguas griegas en una maniobra de distracción, Juan Andrea Doria, otro de los protagonistas de la batalla de Lepanto, se presentó el 1 de septiembre con 70 galeras y 10.000 soldados en el puerto. La información de los espías del Rey era correcta, pero Doria decidió no desembarcar debido al miedo a nutrir otro desastre en el Mare Nostrum.

Los ‘007’ de Felipe II

Sin Túnez y sin posibilidad de tomar Argel, en las filas cristianas empezó a cundir el pánico por perder el resto de plazas africanas. «¡Por el amor de Dios y por la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que a los turcos no se les ocurra instalarse y fortificarse en Cartago [Túnez]», afirmó por esas fechas Pedro de Ibarra, intendente militar en Piamonte y Lombardía, sin saber que Estambul y Madrid ya tenían desplegados sobre el tablero sus piezas de cara a un combate no militar. Era el turno de los agentes secretos.

El Imperio español mantuvo en los siglos XVI y XVII una costosa red de agentes secretos (en 1576, solo los seis agentes secretos en Estambul gastaban 1.350 escudos de sueldo) conformada por espías, ex cautivos, agentes dobles, renegados, caballeros, comerciantes y marinos, que se jugaron la vida para mantener unas conversaciones que, dado la naturaleza religiosa del conflicto, no podían reconocer abiertamente ninguna de las partes.

Sultán Selim II.

Entre junio y julio de 1573, viajaron al corazón otomano agentes secretos españoles, poco después de que Venecia abandonara de forma unilateral la Santa Alianza. La misión estaba compuesta por cuatro agentes, encargados de custodiar hasta Estambul al hijo de Alí Pachá, capturado en Lepanto, a modo de gesto de buena voluntad. Además de asegurarse de que el cautivo, liberado sin rescate alguno, llegara sano y salvo a casa, los agentes españoles estaban encargados de sondear la posibilidad de cerrar una tregua con los turcos. Para ello contaban con la ayuda, probablemente comprada, de varios hombres fuertes del sultán Selim II (al que pronto le iba a suceder Murad III), pero también con las acciones hostiles del embajador francés, que procuró de mil maneras que turcos y españoles siguieran en guerra.

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Los franceses dejaron sentir su influencia en la Sublime Puerta y evitaron que se pudiera cerrar un acuerdo en ese año. Fue necesario que un turbio agente llamado Martín de Acuña (también nombrado como García de Acuña) arribara a Turquía para desbloquear las negociaciones con el Gran Visir, que accedió en 1577 a la promesa de que la flota otomana no se hiciera a la mar siempre y cuando la española tampoco lo hiciera. Acuña logró cumplir con su misión, lo cual no le libró de terminar años después estrangulado en su propia celda del Castillo de Pinto, cuando estaba allí acusado por el Rey de tratar con ligereza los asuntos de Estado, dar falsas promesas al Sultán y haber delatado a un espía español en Turquía.

La fallida alianza con los persas

El relevo de las ardientes negociaciones lo tomó el caballero milanés Giovanni Margliani, astuto negociante, que puso una y otra vez en riesgo su vida con este propósito. Este aventurero había quedado tuerto y prisionero en Túnez, donde pasó varios años cautivo y aprendió a moverse en los ambientes musulmanes. En Estambul, donde estuvo bien secundado por los agentes Aurelio Santa Cruz y Joseph Nasi, un judío converso portugués que hizo de enlace, para colarse en los círculos de influencia otomanos.

Para evitar que las negociaciones trascendieran, como cada vez más deseaba Estambul, Margliani debió vestir ropa de esclavo y cambiar su aspecto con regularidad. Franceses y venecianos no le perdían de vista ni un segundo.

Ilustración de unos jenízaros del siglo XVI y XVII.
Ilustración de unos jenízaros del siglo XVI y XVII.

En febrero de 1578, la tregua de Acuña fue renovada, bajo la promesa de intercambiar embajadores. Así año tras año. El cese de hostilidades pasó de ser algo temporal a algo definitivo. Entre 1593 y 1595 no se registró, más allá de algún choque puntual, enfrentamientos entre ambos imperios. A partir de entonces, la España Habsburgo centró sus esfuerzos militares y comerciales en el Atlántico, mientras que los otomanos se conformaron con sus tradicionales posesiones en el Mediterráneo oriental y gastaron sus balas en la lucha contra Viena en Centroeuropa y, sobre todo, contra los safávidas persas entre 1578 y 1590. Mediante emisarios, España intentó, sin grandes avances, cerrar una alianza en firme con los persas que debilitara a los turcos en su propio seno. En los años posteriores a Lepanto, una embajada del sha de Persia visitó España y consiguió sacar un compromiso de ayuda secreta.

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Durante el siglo XVII, Viena insistió en la alianza con los persas, pero Madrid se batió en evasivas, excusas y, finalmente, el silencio como respuestas. Lerma no estaba por la labor de romper la delicadísima tregua que mantenían los dos gigantes. La Monarquía católica no renunció a financiar en secreto a las fuerzas de Persia, cuyo conflicto con el Imperio otomano supuso una especie de guerra de Flandes para ellos, del mismo modo que los otomanos continuaron instigando la actividad corsaria en el norte de África contra España e Italia. Las galeotas y fustas berberiscas atacaban y huían con rapidez, sin que los vigilantes españoles pudieran proteger sus costas lo bastante rápido.

Origen: Espionaje, diplomacia subterránea y un ‘007’ ejecutado: así fue la otra guerra de España con los turcos

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